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Escritura y Pensamiento

AÑo VII, No 15, 2004, PP. 106- 117

MARCOS E. MILLA

CARLOS MILLA BATRES, EL EDITOR QUE YO VI


(MI PADRE)

La muerte tiene esa forma terrible de llamar cuando no queremos


verla u oirla; se impone inevitablemente y nos deja lidiando con su
secuela. Nos acercamos al primer mes del fallecimiento de Carlos
Milla Batres, llamado por Jorge Basadre el editor más importante
del Perú en el siglo XX; el que tomó el testigo dejado por el otro
Carlos, Prince, en el siglo XIX (esto se lo dijo delante mío, una vez
que fuímos a verlo a su casa, durante la preparación de la edición de
"Sultanismo, corrupción y dependencia en el Perú republicano").
Porque todavía no he tenido tiempo de sentir su ausencia, me animo
a escribir estas líneas, para ofrecer una visión, a través de una puerta
entreabierta, dentro del mundo de mi padre, sus creencias, su idio-
sincrasia, sus pasiones y humores intensos, y cómo todo esto deter-
minó en gran medida su obra. Él no dejó ningún tipo de memoria
escrita de sus años en el Perú, de manera que no tengo forma de
presentar una versión exacta. Tampoco busco hacerlo.
La niñez de Carlos Milla fue un horror. De Berlín, El Salva-
dor y huérfano de padre desde muy niño, fue adoptado por tíos su-
yos, terratenientes de una hacienda perdida entre los montes
Merendones de Honduras, en Santa Rita de Copán. Vivió como un
efectivo peón de hacienda -prácticamente un esclavo- hasta los
quince años, edad en la que finalmente se decidió a fugarse de ese
infierno en vida donde se le asignaron todo tipo de tareas, incluyen-
do las más indeseables: capar cerdos, beneficiar todo tipo de anima-
les, asistir enfermos, heridos y agónicos; incluso vestir muertos (de
aquí su extremo terror y desagrado por velorios y funerales). A par-
tir de entonces, vivió la vida de un adolescente más de la calle, hasta
ser recogido -providencialmente- por la primera persona importante
en su vida, Mama Tere, Teresa. De ella sólo conservamos su nombre:
l
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su apellido se ha perdido; se lo llevó Don Carlos, junto con tantos


otros recuerdos. Debe andar por allí, entre sus notas y papeles. Dice
él (aún lo siento muy cerca como para cambiar a pretérito; me ten-
dré que ir acostumbrando, sin embargo ... ) que ella lo recogió como
un águila aprehende un cordero del rebaño, uno entre tantos en los
que se hubiera podido fijar; supongo que vio algo en él. Lo vistió,
lo alimentó y le dio una educación. Se graduó de bachiller, con la
orden al mérito de Francisco Morazán, en esa Tegucigalpa de fines
de los 40, en la que el descontento social y la crítica a las clases
privilegiadas ya era más que un pulso en la retrógrada Centroamé-
rica bananera y cafetera al servicio abyecto de los Estados Unidos.
Los estudiantes - entre ellos, él uno más- gritaban a voz en cuello
contra políticos corruptos. Pero se las arreglaron también para dise-
minar noticias más o menos distorsionadas al grado de la comicidad
en "El Tornillo Sinfín", un folletín periódico cuyo estilo fluctuaba
entre el "Don Sofo" de Sofocleto y el alegre "Monos y Monadas" de
Yerovi, Carlín y León, cuando Morales Bermúdez lo dejaba salir. Ese
pasquín parece haber sido su primer contacto con los dos temas que
dominaron el resto de su vida: el quehacer editorial, con su proyec-
ción intelectual e histórica, y la denuncia social; ese afán de darle una
voz a quien no la tiene por carencia de educación o condición social.
Él mismo me afirmó muchas veces que si se hubiese queda-
do en Centroamérica, ya sea su natal El Salvador o su adoptiva
Honduras, la política lo hubiese jalado indefectiblemente a la defen-
sa de los expoliados y de allí a una muerte segura, a manos de algu-
no de los muchísimos sicarios que tanto nos han hecho conocer sus
acciones en defensa de la ultraderecha, sobre todo en El Salvador.
Es así como a la edad de 21 años -para suerte nuestra- empaca dos
camisas, un pantalón y no mucho más en una maletita y usar sus
magros ahorros para embarcarse en un avión de la Panagra de la
Casa Grace (reencarnada después en la hoy igualmente difunta
Panam) con destino a Lima, atraído por el inmenso prestigio de la
gran generación de la primera mitad del siglo XX de la Universidad
Nacional Mayor de San Marcos: Raúl Porras Barrenechea, José
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María Arguedas, José León Barandiarán, Emilio Romero, Javier


Pulgar Vidal, Jorge Eugenio Castañeda, Washington Delgado, Luis
Jaime Cisneros, José León Herrera, Víctor Li Carrillo, Jorge
Basadre, Ella Dumbar Temple, Luis Valcárcel, Estuardo Núñez,
Luis Alberto Sánchez, Guillermo Lohman Villena, Fernando Tola
Mendoza, Emilio Choy, Alberto Escobar, Pedro Benvenuto
Murrieta, para mencionar sólo a algunos de los muchos cuyos nom-
bres fui absorbiendo desde muy niño, ya sea a través de tertulias
interminables que yo presenciaba en silencioso aburrimiento, o sim-
plemente de su boca, mencionándolos con una admiración que raya-
ba a veces en el culto. Con algunos de ellos llegó a establecer entra-
ñables amistades, muchas de las cuales conservó por años.
Igualmente es impresionante, sin lugar a dudas, la lista de
sanmarquinos de ese entonces (y después), con los que se relacionó,
aunque a diferentes distancias y en distintos momentos o lugares:
Marco Martas, Javier Sologuren, Miguel Gutiérrez, Mario Vargas
Llosa, Paco Bendezú, Luis Guillermo Lumbreras, Pablo Macera,
Francisco Carrillo, Juan Gonzalo Rose, Arturo Corcuera, Abelardo
Oquendo, Enrique Verástegui, José Antonio Bravo, Mario Florián,
Jorge Cornejo Polar, Julio Ramón Ribeyro, Edgardo Rivera
Martínez, Dora Bazán, René Bueno, Antonio Cisneros, Manuel
Scorza, Carlos Delgado, Ibico Rojas, Winston Orrillo, Edmundo
Guillén, Manuel Zanutelli, Miguel Maticorena, Alfonso Barrantes
Lingán. Reconozco estar cometiendo errores aquí de exactitud y
omisión, pero, nuevamente, estos son nombres que me impresionaron
a través de conversaciones, citas, anéctodas, humores y malhumores
(para prestarme el título del libro de Wolfang Luchting).
Después de abandonar una temprana carrera en abogacía, es de
estOs círculos de los que él se nutre en temas sociales, posiciones po-
líticas, opiniones estéticas, filosóficas e intelectuales. El San Marcos
de comienzos de los sesentas, respondiendo al cambio de conciencia
predicado por Mariátegui y Haya La Torre en el Perú y otros alrede-
dor del globo (Herbert Marcusse, Ho Chi Minh, Jean-Paul Sartre,
Ernesto "Che" Guevara, a quien admiró fervientemente), despertó en

ííí
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él una profunda vocación social. El Perú de ese entonces era un país


de señorones terratenientes y cholos, en el que la piel de un indio no
valía caro (Ribeyro lo dijo primero, creo), el derecho feudal de
pernada se practicaba en fundos perdidos en distintos puntos de la
sierra, el arte de los Mendivil y Mérida y las iglesias primitivas,
eran todos considerados por la sociedad limeña como degeneracio-
nes culturales de indios ignorantes. Vallejo era apenas leído y su
impacto universal prácticamente desconocido, los brillantes artistas
indigenistas de la preguerra (mundial) eran curiosidades poco di-
fundidas y hasta malinterpretadas. Pero el cambio estaba en marcha.
Las novelas de Arguedas y Alegría, la Revolución Cubana triunfante
en la bahía de Cochinos, el reconocimiento tácito de los cuatro
blanquitos -a través del concienzudo Belaúnde Terry- que el Perú
era un país por descubrir, el sacrificio aparentmente inútil del
"Che", la gran generación de poetas emergentes; hasta los hippies y
las revueltas de Berkeley, y de París, y de Greenwich Village cons-
tituyeron el caldo de cultivo de la transformación social en ciernes.
A esto se sumó sin duda alguna la omnipresente opresión de gobier-
nos cuarteleros, en invariable asedio de la vieja casona del Parque
Universitario, que fue tanto su casa como las varias pensiones ve-
tustas en el jirón Puno, el jirón Lampa y aledaños. El huérfano vol-
vió a encontrar otras alas protectoras, nutrientes del alma y el inte-
lecto en su tan amada alma mater.
En medio de esta época de grandes cambios, Carlos Milla
Batres se encuentra con un oficio y una tarea en medio de todo este
cambio: el de editar y la de denunciar. Su nombre aparece por pri-
mera vez como editor en la Gaceta Sanmarquina. Poco después vie-
nen la estupenda Visión del Perú, cuyos números se constituyen en
el escenario de un contrapunto obligado entre pensadores tan distin-
tos como José María Arguedas y Ciriaco Moneada, por ejemplo.
Edición tras edición va definiendo su compromiso de presentar las
diversas ópticas, las idiosincracias encontradas, los puntos de vista di-
ferentes. Recuerdo una a una las carátulas, conservadas en esos da-
guerrotipos mentales difuminados de nuestros primeros recuerdos de
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niñez: un campesino labrando esforzadamente la tierra, el retrato de


Ernesto Guevara de la Serna, el cuerpo y eJ rostro curtidos de
Ciriaco Moneada, el campesino en acto sublevado -pero también
desesperado- de Mérida. A estas obras iniciales llenas de idealismo,
e inevitablemente, ideología (expresados con pasión y fuerza) se
suman, y a través de los sesentas y setentas -sobre todo- muchos
poemarios: Surcando el aire oscuro, Informe al rey, Crónicas contra
los bribones (al hijo y la mujer divinos), Destierro por vida, Cuader-
no de quejas y contentamientos, Noé delirante (preciosamente ilus-
trado por Tilsa Tsuchiya; la puedo ver en mis recuerdos, fumando
como china en quiebra), Agua que no has de beber, En los extramu-
ros del mundo, y por sobre todo, el gran Homenaje internacional a
César Vallejo, con todo y un disco incluído con poemas selectos.
Esta última es una de sus mejores obras, no solo por la calidad de la
edición, también por la envergadura de los literatos y estudiosos que
contribuyeron trabajos sobre Vallejo.
Todo esto lo sé de memoria, sin necesidad de consultar un
index. ¿Por qué?: por la pasión que mi padre ponía en la edición de
cada uno de estos libros. Declamaba poemas tarde, mañana y no-
che, ad libitum, ad Deo gloriam, ad nauseam. Nunca pude entender
esta pasión -que por demás sacaba de quicio a mi madre- hasta
mucho después, cuando los golpes en la vida comenzaron a doler-
me como para reencontrame con los Heraldos Negros como quien
se encuentra con un amigo de infancia inapreciado, a quien sólo
entonces se estima como a un tesoro. Dos días después de su entie-
rro, en un rato de calma, durante el tedioso y fascinante proceso de
ordenar sus cosas con mis hermanos, me reencontré con Cuaderno
de quejas y contentamientos. Le agradecí -en ese momento- el ha-
ber perseverado por sobre nuestra propia penuria económica fami-
liar en publicar estos tesoros invendibles. Mi papá constituyó una de
las más importantes salidas para una generación extraordinaria de
poetas, cuyo vanguardismo aún suena tan vigente estos días. Es increí-
ble; uno coge cualquier poemario publicado en los últimos cinco años
y no parece tan nuevo ni fresco como las brillantes exploraciones de

~11

¡_
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Rose, Martas, Cisneros, Verástegui, Florián en esos años. Debe ha-


ber sido muy difícil para ellos crecer bajo la sombra incomensura-
ble y fresca aún de Vallejo; hay que quitarse el sombrero frente a
estos tipos.
La narrativa peruana contemporánea fue su siguiente objeti-
vo, a fines de los 60 y sobre todo durante los 70. Carlos Milla
Batres promueve con muy buen olfato a escritores por hacerse o ser
difundidos, como Miguel Gutiérrrez, Francisco Carrillo, Eleodoro
Vargas Vicuña, José Antonio Bravo, Laura Riesco, Gregario
Martínez. Si bien Julio Ramón Ribeyro ya era un escritor hecho y
derecho cuando cruza sendas con mi padre, son sus ediciones de La
palabra del mudo (uno de los grandes clásicos del cuento iberoame-
ricano), Los geniecillos dominicales, Crónica de San Gabriel, Cam-
bio de guardia, La caza sutil y sus Prosas apátridas las que lo pro-
mueven y hacen una figura inmediatamente reconocible en la lite-
ratura peruana. Las obras indigenistas lo fascinaron y las publicó
con entusiasmo (Nahuin, de Eleodoro Vargas Vicuña; Isicha Puytu,
de Jorge Lira; el anónimo quechua Tutupaka Llacta). Todas estas
son obras que mi mamá y mis hermanos conocemos bien, pues no-
sotros hacíamos bastante de la corrección de textos. Asi ganábamos
de chicos nuestras propinas, así como repartiendo pedidos y factu-
ras. De esta forma fue que conocí en persona a todos libreros y edi-
tores de Lima de ese entonces (Carbone, Castro Soto, Merel, Mejía
Baca, Iturriaga, Campodónico, Montenegro, los hermanos Rojas,
Sanseviero). Incluso participábamos de las animadas presentaciones
de libros en el local de nuestra librería, en la plazuela de La
Recoleta. Fue una época dorada en nuestra memoria colectiva e in-
dividual, alternamos en presentaciones y chifas con la crema y nata
de la intelectualidad limeña. Recuerdo a Emilio Choy, regalándome
el primer número de la revista "Science" en el que puse mis manos,
y también enseñándonos a comer con palitos chinos. Recuerdo par-
ticipar en conversaciones con Ribeyro, Vargas Vicuña, Congrains,
Delgado, Bravo, tantos otros, ¡Vaya años! Estábamos bajo la tutela
del velasquismo, llamado nefasto en su momento; me pregunto si

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tanto en realidad, después de los gobiernos democráticos que pasa-
ron desde entonces. No había Sendero, andábamos en medio del
11111
·11¡~ piJ pHI!;) (::lQ boom de la pesca, la minería y con grandes yacimientos por explo-
Á (J¡~I ¡.¡JI.I]S0ntl g tar en Trompeteros, Capirona, Pavayacu; la selección peruana de
NIJ,I,/N''~ uns 'dpf fútbol hechiza con su movimiento del balón y captura la Copa Sud-
/, nH :1p U9 '
'Ntl:')11' americana del 75. Por un momento, el Perú mostró un proceso de
•n¡ ·.~rl s:1lLI1!l.JOd~ reinvención genuino en lo social, cultural y económico. Al final
11/i'
Sll,l~,!fllll ZOI\ ZélA resultó o un espejismo o un proceso cortado, pero me enorgullece la
·.IIJÚI,I~" 11 S 0 P Á1 contribución de mi papá -más aun como extranjero- a éste.
'llso'·¡j'z(Kf91 OHH Es a mediados de los sesenta que mi papá descubre o es des-
llllp111 ~o.Jopn!)Ol¡! cubierto por la segunda y última figura adoptiva en su vida: así
n¡' ¡l 1¡rnl.IOlfo Cf como hubo una Mama Tere para sustituír a la ausente madre Susa-
íl¡,
Pllpl na Batres, hubo también un padre inspirador, el padre Rubén Vargas
(,)~~!'¡¡ sn¡ Ugarte, S. J. El padre Vargas fue su mentor en historia. Su trabajo
s~u/¡{J., !Pil!Sél0
con él, mayormente en la edición de la monumental "Historia Gene-
>11) j}¡r!:1t1dll:'l0 nríf ral del Perú" le dió tanto el training como la visión para atacar los
·S\'1 f¡!~D ll911!118' grandes proyectos-sueño de su vida: el Diccionario Histórico y Bio-
'llvl Jrt':'l op.1:1n::lélJ : gráfico del Perú (la primera obra de este género en sobrepasar el
{¡, ~ ¡op .. sop~:l''

111 1 diccionario de Mendiburu), el Atlas del Histórico y Geográfico del
llQ~f~ ,rrll'l ouuar Perú, y sobre todo la trágicamente inconclusa Enciclopedia Temáti-
•(l oJIPS0 ~l '" ca del Perú (cuyo título y plan "El Comercio" plagiara este año; una
•. ll , '1
sw¡. f. enn1.11lli<:J de las tantas expoliaciones a las que tuvo que resignarse durante su
11J'~fpr~•11' SOStl::l carrera). El padre Vargas fue un modelo ético en su vida, además de
S()¡ ~~ •so~!-IVJS!lj ¡·2 guía espiritual, más por ejemplo que por su sotana, dado el distan-
Slip iptrll.J sytu ciamiento ideológico que mi papá siempre interpuso con la iglesia
•11 .,f ¡i¡!li.IM ll n católica. Bajo la tutela de Vargas Ugarte mi papá llega a ser el editor
• fnrfl.l:l''n sm reconocido, cuyo sistema de edición y diagramación tiene una in-
11 .11¡¡·
11 •/) H11.1101 Slll u ¡12 fluencia tal en la bibliografía peruana que equivale a lo que en ar-
·IHI 1irq.rill! pí1 ~n queología se define como un "horizonte". Pero esto es algo que mi
ólp /,¡110~ 11.111 PDI ~ÍG papá no llegó a apreciar completamente, y yo solo lo he hecho re-
>lj) ~~¡) :11)~.111!) Á !JLI cientemente. Es triste, pues él sintió una gran frustración al ver
Nt~¡l,~rrrS 'Vnll u.mcl cómo su trabajo fue copiado -incluso plagiado- tantas veces, sin
O,J(li¡I~!P lJ() 1\0ill_ recibir crédito alguno. No se dió cuenta que estas imitaciones, una
wnwr a una, prueban la efectividad y gran influencia de su estilo editorial

J ~ ()()JfiV,l

Sl 1
114 MARCOS E. MILLA
1

en nuestro medio. Uno no necesita un crédito explícito a Mozart


para reconocerlo claramente en las sinfonías de Brahms, Beethoven,
Schubert y tantos otros.
Mi papá descubre durante la edición de la Historia de Vargas
U garte el poder de la ilustración, no como un accesorio al texto,
sino como un complemento dinámico que resalta las ideas, estimula sBpgJ!P sgu
la lectura, llegando incluso en ocasiones a examinar los plantea- (~9~;,Bl!J1! 'gpug
mientos del autor (recuerdo las vivas discusiones interminables con g~b BSO;) 'so¡nlJl
Pablo Macera, durante la preparación de figuras y epígrafes para su grb BAqB150JJgJd
Visión historica del Perú: del paleolítico hasta nuestros días). Para l{JBp 'opBlUgm
lograr esto, mi papá investigó minuciosamente archivos de mapas y o~"B15m::mg p Jgs
otras ilustraciones en bibliotecas y museos; recorrió Europa iden- gnb JBUO!SgJ
tificando en el proceso verdaderas joyas documentales sobre el des- UBJl BJEJt\! so¡
cubrimiento y conquista del Perú, así como el período virreynal y IO!JBA opul:lSBd
los primeros años de la República. Las postales llegaban inespera- Bun15¡n gp
das de todos lados: San Petersburgo, Amsterdam, Londres, Berlín,
Roma, Madrid, Lisboa, París, Moscú, Copenague, Estocolmo. Vivió
cerca de un año afuera durante la edición de cada una de las dos
fases de La Historia (el virreynato y la República). Nuestra familia SOpOl gp SBp
de alguna manera se hizo a la idea de aceptar a este papá itinerante, soJgmpd so¡
pasando varios momentos de los setenta en España, editando. Car-
los Milla transforma el rol del editor: ya no es simplemente el pro-
fesional que prepara el texto para su publicación, va más allá. De
ser el encargado de proporcionar el material ilustrativo, pasa a co-
mentarlo, darle vida propia, interconectada a la voz del autor. Otra
prerrogativa que toma en muchas ocasiones es la de encontrar los
títulos, cosa que también tuvo diversos grados de aceptación (y por
ende, irritación) entre los autores. He presenciado varias discusio-
nes directas o epistolares al respecto con Ribeyro, Laura Riesco, un omo;, OU!S
Miguel Gutiérrez, José Antonio Bravo, para mencionar solo unos .]lpod ¡g gpB15fl
cuantos, al respecto. Mi papá a veces podía ser terco, obcecado e ...,,rr~d !W

irritante. A veces tenía una visión muy apasionada -muy intensa- f.. pgqntPS
de las cosas. Yo creo que los intelectuales más amigos aprendieron o¡.:¡g;,ouo;,gJ Bmd
a tolerarlo, otros simplemente terminaron peleados con él.

tll
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Las profundas crisis económicas que vivimos en diversos


puntos desde el gobierno de Morales Bermúdez para acá, Sendero
nuevamente, los nefastos gobiernos de Fujimori y García: todos
estos factores contribuyeron a una crisis tanto de lectura como de
producción que quitaron bastante viento de las velas editoriales de
Milla Batres y la mayoría de editoriales dedicadas a las letras y hu-
manidades peruanas. Mi papá optó por concentrar sus energies, a
partir de los 80, en la producción de obras de gran envergadura,
muchas de las cuales van a quedar como su legado más fundamen-
tal: los diccionarios enciclopédicos, compendios históricos, atlas
geográficos e históricos. A estas obras, en algunos casos desde los
70, se suman varias ediciones menores importantes en arqueología
e historia, destacando el inteligente y clarísimamente escrito "Los
Orígenes de la Civilización en el Perú" de Luis Guillermo Lumbre-
ras, otro amigo para el recuerdo, cuyos "tours privados" del Museo
de Arqueología y Antropología de Pueblo Libre recuerdo con in-
menso cariño y gratitud. Está también Edmundo Guillén Guillén,
con sus originales ideas sobre la resistencia inca a la ocupación es-
z ~\ pañola, William Lockhart, con su interesantísimo estudio "Los de
·v0° 'Gfl· Cajamarca" y el bello trabajo del padre Biedma sobre las misiones
del convento de Ocopa.
t-¡~~ .,pot! Girando en tomo a 1979, mi papá aprovecha la oportunidad
so j)<1~ ~ "'?s<:J para redescubrimos a los peruanos los grandes historiadores de la
-l,¡J<1~J1l'i
·'1
~.1
,O O guerra con Chile: Mariano Felipe Paz Soldán y Jacinto López. Edita
.IC\'"J~·:'l)lp0
'or 5gv" también las memorias de Andrés Avelino Cáceres y de su esposa,
<1 \Ot{ .
~r vz~~ ... 1,pt1a Antonia Moreno de Cáceres, dándole por primera vez voz a la par-
~·1 (1 O¡('\~"' ' 10
ticipación femenina en la guerra. También hubo importantes obras
;1(1 s<1)~ .:J~';otl
x
¡P de investigación literaria. Esta fue la verdadera pasión de su vida,
~"1!
~ ¡1lJ 1 ~ .~ Ull·
r~ ~n\:::1 ,., rrl como lo demuestran sus tesis de bachiller y doctor de San Marcos,
'
~ ...
1

_,r r'
;l 111
l 'l~. 1,1, 1''
dedicadas a la identificación de dos personajes de nuestras letras
1' () 11 1~1\)"'~L.tl' 1).1)
11
coloniales: el Ciego de la Merced (Francisco Del Castillo) y
F"' ¡ul'll 111fl¡s ni' Amarilis (Gerónima de Garay Muchuy). Edita así varios trabajos cla-
.,¡d ¡fll t-·q ·1 ves de análisis literario, estilístico o histórico (Lenguaje y discrimina-
,,,,, 1 ·,11 ;111
!.. 1 . '~~ 11' ción social en América Latina, de Escobar; Panorama de la literatura

L¡.l
116 MARCOS E. MILLA

en el Perú, de Sánchez; La novela en América Latina: diálogo, SBJ¡s;:mu gp 910W


Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez; De nuestro antiguo ?nÓI~I~JlA OJWD:l SO] B 1Bl!1il
teatro, compilado por el Padre Vargas Ugarte, entre muchas otras). .\iopg¡w gp OlS!AOJdsgp
Mi papá tuvo casi nada de apoyo estatal o privado para este • 11 SQII!nl sns Ástuqo sns UBJl
amoroso trabajo de difusión de la cultura peruana. Yo creo que a {d !UIIWJ¡ t::mnu :sg¡qB!P!Aug
ratos esto lo frustró mucho, pero la mayoría del tiempo se las arre- syuiOAilgfqo so¡ 10d O:JOI
gló para no descorazonarse demasiado y seguir andando. La Enci- ;) 9ZI[CiiO] 'oz¡q gnb o¡ opoJ,
clopedia Temática del Perú resume, aun inconclusa, su gran visión ~dWJJiTIJBd Opll]D:lli!A Á '91!W
peruanista. De alguna manera poco comprensible para un especia- A-BIJGIJ Áoq gpuop- 91gd p
lista como yo, Carlos Milla se las arregló para visualizar un plan 1
c!tu ns gp gpgnw BI SBJl
global y sistemático, abarcando la geografía, historia, humanidades, IIJ)Bl SDS 9i/gu B:lUDU
artes, ciencias naturales y sociales del Perú. Contactó a autores líde- U~IJBUIBJilB!P 'U9!:J:lg11
res en sus áreas en el Perú y el mundo. No se cómo pudo organizar C UOJI,(mblt[ '?S o¡ ON ¿IXX
este esfuerzo a partir de su caótico sistema de manejo de autores y cltJsg ~1101 so u o¡uyn;)?
1
textos, pero lo hizo. La Enciclopedia no sólo es una gran colección 1) BI mo!BJP upíl¡B gnb oJgdstr
de artículos tremendamente claros· y didácticos sobre nuestro país lli~IWU:lüp Á SBdBW 'sgu
en cada aspecto, es también un "quién es quién" de la cultura, artes oOO•c~mnA<~-n SBl:JUg[:) Á

y ciencias nacionales. La colección. Milla Batres de fotos, ilustracio-


nes, mapas y documentos complementa fuertemente estos trabajos. g¡ummpugwgJ¡ so¡n:lJl1B gp
Espero que algún día toda la obra completa pueda ser producida. q ·oz!lJ o¡ 01gd 'so¡xg¡
¿Cuánto nos tocará esperar al próximo Carlos, el del siglo WIP!!lBd BozJgfiJsg g¡sg
XXI? No Jo sé. El que yo conocí, como hijo, como asistente de co- Á~JQ!g ug SBgJl} sns ug sgJ
rrección, diagramación, como crítico, parece tan insustituible. El !:lOS.l1l[t1UlBU SB!:Jlig!:l 'sgpB
nunca negó sus raíces centroamericanas, que cultivó tardíamente, 'OJ!WlliglS!S Á¡Bqo¡il
tras la muerte de su madre; mas su corazón era peruano, estaba en \, ~ B[[lf110]JB;) 'OÁ OWO:l BlS!f
el Perú -donde hoy reposa- vinculado a su pueblo, al que tanto ad- \~J::lUiWBUníJp; ::lQ 'BlS!UBrugd
miró, y vinculado para siempre a su cultura, que tanto Jo fascinó. ~lc[lp B:l!l?Wgj, B!pgdop
Todo Jo que hizo, lo realizó con una gran pasión; trabajó como un .gp ~>l~OZBJO:Jsgp OU BJBd 9Iil
loco por los objetivos más inalcanzables con resolución y energía od 'o¡1om 91lSnJJ o¡ o¡sg so¡m
envidiables; nunca temió ni el poder ni el dinero, como lo demues- f:,~ · U91irrJir gp orBqBJl OSOJOWB
tran sus obras y sus juicios a veces tan duros. Es el hombre más loop]Uii!J OAn¡ ?dBd !W
desprovisto de miedos y compromisos que he conocido; feliz de 1
mpBJplod opBndwo:J '01¡ug¡
gritar a los cuatro vientos que el emperador no tiene ropas. Se ena- Ig!J~IDÁ Bson suilJBA O!JBW
moró de nuestras letras, nuestra historia, nuestras artes; ... conocía

l) 11
CARLOS MILLA BATRES, EL EDITOR QUE YO VI (MI PADRE) 117

tan bien cada recoveco de nuestro bagaje geográfico, histórico y


cultural. ..... Me imagino que si pudiese incorporarse de su tumba,
lo primero que haría es apuntar entusiasmado hacia el otro lado del
valle, al sitio del combate de La Rinconada, y comentaría animada-
mente sobre este hecho ocurrido hacia el final de la campaña de
Lima durante la guerra con Chile. En el mejor estilo de nosotros los
peruanos, creo que nos va a tomar un tiempo reconocer el vacío que
él nos está dejando, más aun llenarlo. Pero de nuevo, cada vez que
estoy en Lima y entro a una librería a ver las nuevas ediciones de
tema peruano, hechas también con grande y meritorio esfuerzo,
puedo ver un poco de mi papá en ellas. Puedo escuchar esos peque-
ñitos temas de Mozart guiando la música hacia adelante. Carlos
Milla Batres no nos va a dejar tan fácilmente.

Lima y Filadelfia, Diciembre de 2004.

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