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La poesía de Homero Pumarol

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José Alberto BeltránSanto Domingo

Cuando la cama de un hombre es el Sahara, las cifras biográficas son datos mudos. No se toma en cuenta su signo, si viene de Higüey o del centro de una calle en la zona Colonial.

Importa que la cama es un Sahara y que el hombre es un poeta. Nietzche lo sospechó desde un principio: da igual que sea capricornio, enero 3 de la década de los 70, el hombre que mata a Jack Veneno en la calle El Conde debe morirse en su desierto.

Este poeta diagramó su biografía desde la lectura, habitó pueblos fantasmas. Por eso hizo lecturas secas, porque cuando vives en un pueblo fantasma tienes mucho tiempo libre y a los veinticuatro años, becado, Homero no era un Ulises de hastío, más bien un estudiante de Nuevo México.

La poesía es asombrarse ante los fotogramas cotidianos. El poeta es un gusano hilador de sedas manchadas, creador de versos cortantes. Homero Pumarol escribe versos como disparos, espantando las palomas del parque, los seudo poetas, el letargo de los jonkies.

Llegó a México detrás de una novia que después lo dejó. Pero coqueteó con la trompeta, ahogó letras en versos y se divirtió. En algún momento, puede que la Plaza del Zócalo le vea volver libreta en mano.

Su poesía, como toda poesía, invade. Se recarga sobre la musicalidad que a diario corre por los contenes, apunta a la cabeza y encaja un derechazo que rompe con las estructuras, la prosodia y las mandíbulas del stablisment político de la poesía local.

Durante los días que estuvo interno por un accidente, Frank Báez cuenta uno de los sucesos que pueden definir la potencia del golpe de Pumarol: No conozco a Homero, soy fan de su poesía, vine para donar sangre ¿a dónde tengo que ir? Si un poeta consigue calar hasta este punto, entonces su mirada no anda tan perdida.

En 2006 vuelve a Santo Domingo, después de haber estado viviendo en México. Una vez en Santo Domingo empieza a cambiar las bibliotecas por bares y parques, inyecta música a su letra y junto a Frank Báez da vida a la banda “El Hombrecito”. Tiempo más tarde se publicó el volumen de su poesía completa.

El tipo que escribió Cuartel Babilonia por el centro en el que un regimiento sodomizó a Rimbau, tiene la sensibilidad para dedicar un poema a su hermana, su padre, su madre; sin perder su voz. La ternura no tiene por qué acuchillar la voz, en Pumarol no lo hace, lo amplifica.

“Homero es el mejor poeta dominicano vivo, o sea lo que sea que está Homerito”, dijo un escritor amigo; para a continuación hablar de lo significativo de su poema a Jack Veneno. En su obra los personajes salen de la realidad comercial para desmadrarse entre figuras, en el mundo real que es cada símbolo, cada ícono, cada bofetada al declamar. De ahí surge una Marilin Monroe poeta, revoltosa y transexual.

“En los bares se escriben números de teléfono, yo escribo en ordenador, a veces en libreta”, dicen que dijo alguna vez. Por los días en los que también apuntó al Este y declaró que todo el mundo tiene un primo en el Canal de la Mona, cuando sus versos se preocupaban del hombre que se muere en el agua, de la democracia que no resiste la quimio.

Un domador de palabras que dice: vamos poesía, vamos y segundos antes de que suba la greca con el café, grita: ¡ya estuvo bueno. Ahí vuelve el descalabro, dejarse llevar por la observación, los deseos de compromiso, protesta y el ron.

El universo nace de lo que se conoce, lo que se conoce de lo que se lee. Sus lecturas duermen en su biblioteca, un mueble en el que se pueden leer muchos libros. Abigarrarse con las selecciones de Pound, arder en las llamas de Rulfo, William Carlos William; bizquear en la mesa de limón de Julián Barnes.

Guillotinado entre Café Tacuba, Radio Head, Héctor Lavoe, Omega y The Beattles Homero es el gusano hilador del que hablamos al principio; es el poeta que destroza la garganta en el Sahara de la habitación. Tiene aire de revuelo y se disfraza de atracador para dispararle en la nuca al status quo de la poesía local. Grita desde las vísceras de cemento: patá y trompá

Tiene imágenes que de violentas o tangibles, no pueden menos que contrastar cuando dice amor. Derrapa por la lengua hasta atropellarse con un poema que le nació en inglés, quizá mezclando palabras en francés. Todo se puede, todo cabe. Un verso de Pumarol es jazz, blues, cabaret y la muchacha que toca un solo de violonchelo.

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