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Literatura/Poesía

Un poeta llamado Homero Pumarol

Homero Pumarol tiene su ego a la inversa. Ha sobrevivido a dos accidentes fatales que casi le cuestan la vida. Sin embargo, él los asume con el siguiente refrán: "bicho malo, nunca muere".

A diferencia de otros, es un ser humano que no pregona “ser poeta”, pero viste habla y actúa como un poeta, y vive orgulloso de ello. Carece de ese estigma de “superioridad” que obliga a mirar por encima del hombro a los demás. Pero no debemos equivocarnos. Homerito no es un ángel caído del cielo. Es un poeta “maldito” que escribe lo que quiere, se reúne con la gente que quiere y vive cada día como si fuera el último. Se ha alejado de los grupos literarios por considerar que “todos hablan la misma tontería y en vez de escribir se dedican a otra cosa”. Él no quiso seguir ese camino y, por sí mismo, rompió la solemnidad.

Trayectoria No nació en cuna de seda, pero tampoco fue un desheredado de la fortuna. Proveniente de una buena familia, se graduó de Doctor en Derecho en la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña (UNPHU), por los años ochenta. En ese centro docente escribió su primer poemario “Orador de opio”, el cual no quiso publicar por la marcada influencia de sus versos de entonces con la “poética del pensar”. De allí fue directamente a la oficina del doctor Ramón Pina Acevedo donde recibió todas las oportunidades para formarse como buen picapleitos. Pero él quería ser otra cosa y a los cinco años salió de allí y encontró trabajo en el mundo de la publicidad, de manos de Mike Alfonseca.

España Quiso la suerte que en un curso de poesía para jóvenes auspiciado por el Centro Cultural de España en Santo Domingo conoció a Juan Carlos Suñén a quien, a su decir “le debe la vida”. El poeta ibérico quedó sorprendido por la originalidad de su discurso poético y lo distinguió con una beca en Madrid. En la capital española estudió en la misma escuela de la que surgieron muchos de los poetas, periodistas y narradores que hoy escriben en el periódico “El País”. Allí, además de leer muchísimo y entrar en contacto con el verso peninsular, aprendió que muchos poetas usan el lenguaje como debe ser, y escriben como hablan. Allá vivió también una intensa etapa creativa dentro del mundo poético. Sin embargo, no publicó ninguno de aquellos versos por considerar que todavía le faltaba seguridad en lo que estaba haciendo.

New México y México Vuelve a las calles de la Ciudad Colonial de Santo Domingo, su patria chica, pero aquí permanecería poco tiempo. Ganó otra beca superior de estudios poéticos en New México State University, un centro ubicado a una hora de la frontera azteca. Allí, además de entrar en contacto con los grandes poetas de la lengua inglesa, vivió la atmósfera de ilegalidad propia de una zona de tensión. En esa universidad norteamericana todo lo pareció muy confuso porque si bien se estudiaba en idioma español, se hablaba en inglés. Vivía en una casa con grupos de estudiantes donde imperaba el idioma de William Faulkner.

De allí salió rumbo a México. En la capital azteca residió durante cuatro años y pudo conocer la pasión que los mexicanos sienten por su país y por ellos mismos. “Los mexicanos son místicos, muy orgullosos de sí mismos. En una esquina de México pasa de todo, desde un accidente de tránsito, hasta la sentimentalidad de los borrachos”.

En México, Homerito aprendió a tocar trompeta, vivió una intensa historia de amor con su pareja y a su decir “se metió en el mismo centro del Distrito Federal como si un extranjero se metiera en medio de la Ciudad Colonial de Santo Domingo: “Me metí en el bajo mundo, pero no de la delincuencia. Nunca crucé el límite. Allí hice mucha publicidad”.

Y es sobre México el primer país del cual escribe porque le llamó mucho la atención.

El país, de nuevo De regreso a Santo Domingo, fue difícil su adaptación al ritmo de vida nacional. Poco a poco fue tomando conciencia de cómo enfrentar el acto creativo. Se sentó a escribir poesía con todas las de la ley. Reunió a las pocas gentes que en ese entonces pensaban y sentían como él, y los fue multiplicando. Hizo amistad con muchos jóvenes poetas que comenzaron a mirarlo como precursor de un nuevo discurso estético. Escribió mucho, muchísimo y su gran cultura lo hizo volver a la poesía burlesca de los clásicos de la lengua española y, en algunos momentos, al mejor Nicanor Parra. Esa efervescencia creativa y ese culto a la amistad no fue un azar del destino. Homerito era ya una leyenda que abría puertas. Nunca publicó un texto que no fuera leído y revisado por sus amigos porque, su filosofía como creador parte del principio de quien publica malos poemas es porque no tiene amigos.

En una de sus andanzas por la ciudad conoce al poeta Frank Báez y juntos han protagonizado aventuras dignas de antologar.

Un día, en el Festival de Poesía de la Montaña, de Jarabacoa, ambos descubrieron un fresco en la pared salesiana de un pintor que no conocían. Ese fresco representaba la imagen de don Bosco, de pequeño tamaño, de espaldas a un par de gigantes que se batían a palos mientras que al fondo crecía la imagen de la virgen de La Altagracia.

Esa pintura originó el nombre “El hombrecito” con el cual se identifica un espectáculo de poesía y música que ha impuesto una nueva forma de comunicación lírica en la historia de la cultura dominicana.

Frank Báez Sobre Homero Pumarol: “El ritmo de su poesía es impresionante, el limpia el lenguaje y le añade unidad coral; tiene influencias del merengue de Luis Dias, el mejor poeta de la Generación de los Ochenta. Sus letras son surrealistas, como la salsa”.

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